20 de novembre del 2013

Bodas homosexuales religiosas

Según relata el filósofo francés Michel de Montaigne en su diario de viaje a Italia, un hombre le informó amablemente en 1580 que un grupo de portugueses había firmado, años antes, una extraña cofradía en la iglesia de San Juan en Puerta Latina de Roma con la complicidad de los frailes. «Se casaban varones con varones durante la misa, con las mismas ceremonias con las que nosotros hacemos nuestros matrimonios. Celebraban juntos las pascuas, leían el mismo evangelio que en las bodas y después se acostaban y vivían juntos».

Este círculo secreto de hombres que manifestaban lazos de tipo homosexual y que consagraban vínculos conyugales entre personas del mismo sexo acorde con la liturgia eclesiástica fue disuelto el 20 de julio de 1578 con el arresto de once personas. El proceso ante el Tribunal Criminal acabó con una condena ejemplar para ocho de los imputados, considerados culpables de un delito de sodomía y profanación de la institución matrimonial. Según Montaigne, estos ocho portugueses fueron quemados, pero otras fuentes señalan que fueron colgados el 13 de agosto de aquel año en el punte de san Ángel. Otros dos involucrados colaboraron diligentemente con la justicia y evitaron la muerte y, eso sí, el onceavo detenido, un cura, fue absuelto seguramente para evitar la implicación directa de la Iglesia católica.

Pero esta no es la única noticia que tenemos de bodas homosexuales de tradición cristiana. En el siglo XII comenzaron a celebrarse ceremonias que consistían en un conjunto de oraciones que constituían todo un ritual en el que había encendido de velas, colocación de las manos sobre el Evangelio, cubrimiento con la estola del sacerdote, letanía introductoria, coronación, oración al Señor, comunión, beso y, a veces, vueltas al altar. Eran frecuentes los rezos que invocaban a santos homosexuales como Sergio y Bacus, dos soldados romanos de final del siglo III que se amaban y que se habían unido de una manera parecida al matrimonio. El historiador norteamericano John Boswell descubrió en el Euchologion (1667) de Jacques Goar una ceremonia que festejaba una amistad especial entre dos hombres, y a partir de este descubrimiento profundizó en el tema y encontró varias versiones del mismo ritual que eran el equivalente del matrimonio heterosexual medieval.

Si hay estos precedentes, no entiendo por qué tantos siglos después la Iglesia católica, apostólica y romana se empeña en condenar la homosexualidad como enfermedad, a los gays, lesbianas y personas transexuales como pecadores y el matrimonio homosexual como vía de extinción de la especie humana cuando al largo de la historia muchos de sus miembros han participado de los instintos más primarios como seres humanos que son. No hay más que leer el libro de Eric Frattini Los papas y el sexo para tener conocimiento de la cantidad de papas gays que ha habido (como ejemplo, León X tenía problemas para sentarse en el trono a causa de las graves úlceras anales que sufría) y del rosario de perversiones en las que, independientemente de su orientación sexual o del estado civil (ha habido casados y con hijos), han caído muchos santos padres: violaciones, fetichismo, pederastia, travestismo, voyeurismo, masoquismo, sadomasoquismo, etc. Y si esto lo sabemos de los que han ocupado la silla de Pedro, qué no debía pasar en las iglesias, abadías y monasterios aislados y solitarios de nuestros pueblos y ciudades. Hablaré claro: es la hipocresía y el cinismo que caracteriza a la Iglesia desde su nacimiento, es la involución de un estamento que se niega a modernizarse y asumir los avances de las sociedades.

Dicen que corren nuevos tiempos en el Vaticano desde la llegada del nuevo pontífice. No sé si creérmelo. La insolencia y la doble moral de sus doscientos sesenta y un antecesores hace difícil pensar en un cambio. Dos mil años de falsedad hieren, calan en el imaginario colectivo y no se borran de repente. Aunque no soy creyente, quiero pensar que el papa Francisco iniciará el relevo de la Iglesia que todos deseamos, un giro hacia el respeto y la tolerancia de las personas independientemente de su orientación sexual.

Pero eso son sólo mis deseos. La realidad es más bien otra. Cinco siglos después de aquella boda gay en Roma, la misma Iglesia retrocede y considera contra natura la unión de dos personas del mismo sexo que se quieren y que desean compartir sus vidas, y les obliga a amarse en el pecado más absoluto. Sin duda, toda una paradoja: una tradición y unas liturgias cristianas de la Edad Media parecen hoy verdaderamente revolucionarias.

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