Tras
varios meses sin escribir ni una sola línea, eccomi
qua,
como dirían los italianos. Las nevadas del mes de febrero, la
ruptura sentimental de marzo, la triste soledad de abril y los
terremotos boloñeses de mayo me dejaron sin fuerzas para hacer una
de las cosas que más me gustan y, sobre todo, que más me relajan y
con la que más disfruto: poner por escrito mis reflexiones en voz
alta. Aunque por aquel entonces pensaba que nunca llegaría, por fin
el invierno y la primavera quedaron atrás y ahora estamos en la
estación más viva del año, con más luz, más energía y más
color. Y aunque todavía colean las consecuencias de todo lo que la
última etapa en tierras transalpinas me deparó no sin poca sorpresa
y estupefacción, he decidido retomar mi afición antes de que, como
dice un buen amigo, se me seque la pluma.
Que quede claro, pues, que la voz de articulista que llevo dentro de
mí no ha desaparecido, simplemente estaba dormida.
Y
de La
voz dormida
es precisamente de lo que os quiero hablar en esta ocasión. Me
refiero a la película estrenada en octubre del 2011 del director
Benito Zambrano basada en la novela homónima de
Dulce Chacón publicada en el 2002, que se desarrolla, dividida en tres partes que abarcan
el periodo 1939-1963, en la posguerra civil española entre la cárcel
madrileña de las Ventas y una pensión de la conocida calle Atocha.
En síntesis, la obra narra el doloroso sufrimiento de las mujeres
republicanas en las cárceles franquistas durante los años
inmediatamente posteriores al fin de la contienda, una guerra que,
como siempre he pensado y como un personaje de la versión
cinematográfica dice, nunca debió de haberse producido. Nunca. Por eso las protagonistas de esta historia, para mi auténticas
heroínas, enarbolan la bandera de la dignidad y de la valentía como
única arma para combatir la humillación, la tortura y la muerte a
las que fueron brutalmente sometidas.
Sin
duda, es la lucha desenfrenada de estas mujeres por la libertad la
esencia de la novela y del filme. Una lucha intrínsecamente unida al
dolor, a la impotencia y a la desazón. Es inevitable, viendo la
película, emocionarse. E incluso llorar. A mí, al menos, se me
saltaron las lágrimas en más de una ocasión. Me pasó lo mismo con
Las
trece rosas,
de temática muy similar. Porque sólo pensar en el padecimiento
extremo de aquellas mujeres por la defensa de sus ideales no puede
reportar, tantos años después, otra cosa más que sufrimiento. El
de ellas entonces y el nuestro ahora. E insisto: por algo que no
tendría que haber pasado nunca. Las guerras son todas terribles e
injustificadas, todas, pero que dentro de un mismo país los
ciudadanos se maten unos a otros es algo absolutamente inconcebible.
Espero que nunca más volvamos a escribir un episodio tan triste en
los anales de nuestra historia y que superemos, de una vez por todas,
la herida de odio y rencor que aquella maldita guerra civil dejó.
Y como mi voz, que
estaba dormida, se ha despertado en un momento de crisis económica y
financiera a nivel mundial, que en el caso de mi comunidad autónoma
y de mi país se traduce en recortes a diestro y siniestro y una
austeridad que roza ya los límites de la irracionalidad, he aquí mi
pequeña dosis de crítica a los gobernantes, casualmente del Partido
(im)Popular, que nos llevan por el camino de la amargura. Si estos
señores piensan que la solución pasa por subir el precio de la luz
dos veces en siete meses; aumentar el IBI, el IRPF, el IVA, las tasas
universitarias y el precio de los carburantes descomunalmente;
abaratar el despido con una reforma laboral sin precedentes; rebajar
la prestación por desempleo un 10% a partir del séptimo mes;
eliminar prácticamente todas las ayudas que la Ley de dependencia
otorga a quienes las necesitan como el agua de mayo; hacer cobrar los
medicamentos a los pensionistas, hacernos pagar más por ellos a los
trabajadores en activo y eliminar del sistema nacional de sanidad más
de cuatrocientos fármacos; aprobar una amnistía fiscal para que
los defraudadores traigan el dinero al país de la forma más
ventajosa posible para ellos mientras la clase trabajadora rinde cuentas con Hacienda religiosamente todos los meses de mayo o
junio... Si estos señores creen que así se saca adelante un país,
rescatando a los bancos que, por su mala gestión, han quebrado y sus directivos se marchan con indemnizaciones
multimillonarias y no sólo no devuelven todo el dinero que han
robado, sino que incluso no van a la cárcel; si ellos mismos no se
rebajan sus sueldos como deberían hasta cobrar un salario medio de
mil o dos mil euros, como todo hijo de vecino; si solicitan un
rescate económico que tendremos que devolver con unos intereses
elevadísimos y cuyas consecuencias serán aún más desastrosas si
cabe en todos los sentidos; si no recortan por donde verdaderamente
tienen que hacerlo, que es en asesores, diputaciones provinciales, el
Senado, coches oficiales, dietas y un larguísimo etcétera de cargos
e instituciones que no sirven para nada... Si hacen lo uno y no hacen
lo otro, decía, estaremos abocados a la ruina. De momento, vamos
camino de ella a un ritmo vertiginoso. Y esto no hay quien lo pare,
porque son ellos los que tendrían que hacerlo y no lo hacen.
Mientras tanto, las calles cada vez se llenan de más personas que
están hartas ya de lo que no dudo en calificar como un auténtico
despropósito político. Esperemos que no llegue la sangre al río y,
como decía antes, que no volvamos a escribir un capítulo funesto
como el que escribimos, para vergüenza de todos y de todas, en el
siglo pasado.
PS. Ya que hemos
hablado de Dulce Chacón y de su novela histórica, he aquí un
chascarrillo que ya conté en otra entrada y que repito ahora para
sonrojo de su protagonista. Cuentan las malas lenguas que la señora
Esperanza Aguirre, en la inauguración de un colegio público que
lleva el nombre de la escritora extremeña en Fuenlabrada, preguntó
a la madre de ésta por su hija cuando hacía ya varios años
que había fallecido. Un gazapo más en la la larga lista de los
cometidos por la presidenta de la Comunidad de Madrid. Para ella, una
equivocación más, supongo. Para mí, motivo suficiente para dimitir.
¡Ay!, dimitir, ese verbo que no saben conjugar en el PP...
No he leído la novela, pero sí he visto algo de las dos pelis a las que haces referencia. Comparto la valoración de aquel triste episodio y, con mayor motivo, el análisis del terrible momento presente que nos están haciendo vivir.
ResponEliminaMe alegro mucho de tenerte de nuevo entre los blogueros impenitentes. ¡Sus y a ellos, que son pocos y cobardes!
Muy buena reflexión. Yo también comporta la valoración de aquella época y la penosa crisis económica que estamos sufriendo por culpa de los MÁS RICOSSS...
ResponEliminaUn abrazo y no dejes de escribir...