Según relata el
filósofo francés Michel de Montaigne en su diario de viaje a
Italia, un hombre le informó amablemente en 1580 que un grupo de
portugueses había firmado, años antes, una extraña cofradía en la
iglesia de San Juan en Puerta Latina de Roma con la complicidad de
los frailes. «Se casaban varones
con varones durante la misa, con las mismas ceremonias con las que
nosotros hacemos nuestros matrimonios. Celebraban juntos las pascuas,
leían el mismo evangelio que en las bodas y después se acostaban y
vivían juntos».
Este círculo secreto
de hombres que manifestaban lazos de tipo homosexual y que
consagraban vínculos conyugales entre personas del mismo sexo acorde
con la liturgia eclesiástica fue disuelto el 20 de julio de 1578 con
el arresto de once personas. El proceso ante el Tribunal Criminal
acabó con una condena ejemplar para ocho de los imputados,
considerados culpables de un delito de sodomía y profanación de la
institución matrimonial. Según Montaigne, estos ocho portugueses
fueron quemados, pero otras fuentes señalan que fueron colgados el
13 de agosto de aquel año en el punte de san Ángel. Otros dos
involucrados colaboraron diligentemente con la justicia y evitaron la
muerte y, eso sí, el onceavo detenido, un cura, fue absuelto
seguramente para evitar la implicación directa de la Iglesia
católica.
Pero esta no es la
única noticia que tenemos de bodas homosexuales de tradición
cristiana. En el siglo XII comenzaron a celebrarse ceremonias que
consistían en un conjunto de oraciones que constituían todo un
ritual en el que había encendido de velas, colocación de las manos
sobre el Evangelio, cubrimiento con la estola del sacerdote, letanía
introductoria, coronación, oración al Señor, comunión, beso y, a
veces, vueltas al altar. Eran frecuentes los rezos que invocaban a
santos homosexuales como Sergio y Bacus, dos soldados romanos de
final del siglo III que se amaban y que se habían unido de una
manera parecida al matrimonio. El historiador norteamericano John
Boswell descubrió en el Euchologion
(1667) de Jacques Goar una ceremonia que festejaba una amistad
especial entre dos hombres, y a partir de este descubrimiento
profundizó en el tema y encontró varias versiones del mismo ritual
que eran el equivalente del matrimonio heterosexual medieval.
Si hay estos
precedentes, no entiendo por qué tantos siglos después la Iglesia
católica, apostólica y romana se empeña en condenar la
homosexualidad como enfermedad, a los gays, lesbianas y personas
transexuales como pecadores y el matrimonio homosexual como vía de
extinción de la especie humana cuando al largo de la historia muchos de
sus miembros han participado de los instintos más primarios como
seres humanos que son. No hay más que leer el libro de Eric Frattini
Los papas y el sexo para
tener conocimiento de la cantidad de papas gays que ha habido (como
ejemplo, León X tenía problemas para sentarse en el trono a causa
de las graves úlceras anales que sufría) y del rosario de
perversiones en las que, independientemente de su orientación sexual
o del estado civil (ha habido casados y con hijos), han caído muchos
santos padres: violaciones, fetichismo, pederastia, travestismo,
voyeurismo, masoquismo, sadomasoquismo, etc. Y si esto lo sabemos de
los que han ocupado la silla de Pedro, qué no debía pasar en las
iglesias, abadías y monasterios aislados y solitarios de nuestros
pueblos y ciudades. Hablaré claro: es la hipocresía y el cinismo
que caracteriza a la Iglesia desde su nacimiento, es la involución
de un estamento que se niega a modernizarse y asumir los avances de
las sociedades.
Dicen que corren nuevos
tiempos en el Vaticano desde la llegada del nuevo pontífice. No sé
si creérmelo. La insolencia y la doble moral de sus doscientos
sesenta y un antecesores hace difícil pensar en un cambio. Dos mil
años de falsedad hieren, calan en el imaginario colectivo y no se
borran de repente. Aunque no soy creyente, quiero pensar que el papa
Francisco iniciará el relevo de la Iglesia que todos deseamos, un
giro hacia el respeto y la tolerancia de las personas
independientemente de su orientación sexual.
Pero eso son sólo mis
deseos. La realidad es más bien otra. Cinco siglos después de
aquella boda gay en Roma, la misma Iglesia retrocede y considera
contra natura la unión de dos personas del mismo sexo que se quieren
y que desean compartir sus vidas, y les obliga a amarse en el pecado
más absoluto. Sin duda, toda una paradoja: una tradición y unas
liturgias cristianas de la Edad Media parecen hoy verdaderamente
revolucionarias.